Recuerdo como si fuera ayer esa experiencia. Todos mis sentidos estuvieron sometidos a un máximo nivel de adrenalina. Era un jueves sobre las 7 de la noche. Había llegado a casa luego de una rutinaria jornada de trabajo. La verdad fue un día tranquilo, el volumen de noticias fue mesurado y sin mayores sobresaltos.
Tenía en mente compartir un rato en familia conformada por mi compañero sentimental y mi hijo adolescente, que por su edad, como todos los jóvenes que atraviesan por esta etapa de la vida, demandan tiempo por parte de sus padres, para prevenirlos de cualquier sombra de problemas, que por estos tiempos abundan y llegan a sus vidas vestidos con diferentes ropajes.
La apacible noche que apenas daba sus primeros pasos, fue interrumpida de manera abrupta por un mensaje de texto que registro mi teléfono celular. La remitente era Estela, la esposa de Gilberto ‘Coco’ Vargas. La noticia no podía ser más preocupante.
Nuestro buen amigo ‘Coco’ había sufrido un accidente, en la vía que de Yopal conduce a la vereda La Unión. Vargas es vecino de dicha zona rural, como quiera que por este sector, distante unos 15 minutos del casco urbano de la capital departamental, él tiene una finca a la cual va casi todos los días.
“No puede ser”. Fue mi primera exclamación tan pronto como leí el mensaje. Pero aún hacía falta el complemento para tan trágica información. ‘Coco’ no aparecía reportado en el registro de ingreso de pacientes al Hospital Regional de la Orinoquia (HORO). Tampoco en la Clínica Casanare, ni en el recién inaugurado hospital local de Yopal.
Algo pasa –pensé-, mientras corría presurosa a prender la moto, para ir en busca de Estela y ayudarle a encontrar a ‘Coco’. Camino a la casa del desaparecido continúe cavilando sobre el tema, por momentos mi mente hizo una pausa para observar el panorama y reflexionar sobre la cotidiana realidad de la ciudad.
Vi caminando a lo lejos, por una transitada avenida, una señora que llevaba dos niños de la mano. Seguramente ellos harían parte de las estadísticas de migrantes del hermano país de Venezuela, que vinieron en busca de un mejor porvenir.
Por el momento a ellos la única alternativa que les ha quedado es ingresar a la economía informal, la misma que muchos no la ven con buenos ojos, pero que aporta más del 33 por ciento al PIB del país. Esta cifra traducida a dinero efectivo, equivale a 310 billones de pesos anuales.
Por fortuna para los recién llegados cuentan con Bienestar Familiar, que les ha entregado a los niños cerca de 600 bolsas de bienestaria, tal y como lo dijo la directora regional de Casanare, en una entrevista radial.
La primera lectura que se puede hacer es que estos niños, por lo menos, están bien alimentados, con tanto multivitamínico su condición nutricional debe estar cerca a niveles óptimos, pero la verdad, al verlos, las declaraciones de la funcionaria entran en el terreno de la duda.
¿Sería que el complemento nutricional estaba pasado? o ¿resultó insuficiente para tanta demanda? Interrogantes que de momento decidí guardar en la lista de cosas pendientes, porque sin pretender asumir el papel de defensora de causas perdidas, a los hermanos venezolanos es necesario ayudarlos, porque no es justo lo que les está pasando.
Continué mi recorrido. Ahora me encontraba esperando el cambio del semáforo. Reparé en las cebras pintadas recientemente, para demarcar el paso peatonal. Ya había escuchado quejas acerca de la calidad de la pintura utilizada.
La verdad se venían decoloradas. Preferí pensar que todo obedecía a una ilusión óptica, provocada por el cruce de fuerzas entre la luz proveniente del alumbrado público y la sombra que producen los árboles ubicados en el separador.
Otro día me ocuparía de este tema. Por ahora lo importante era llegar a la ‘cococueva’ como bautizó Gilberto a su casa, para averiguar más datos sobre lo sucedido. No podía ser posible que no hubiese sido reportado su ingreso al hospital, luego del accidente.
Y qué tal si en lugar de un accidente ¿fue víctima de secuestro o de desaparición forzada? La idea indudablemente rayaba en el campo de lo trágico y extremadamente pesimista, pero no se podía descartar, además su condición de líder social lo deja como firme candidato, para ser víctima de un delito de esta naturaleza.
Reflexionando un poco la idea no resultaba tan descabellada, sobre todo si tenemos en cuentan que nuestro país tristemente se asesina a los líderes sociales, ante la mirada medio indiferente del Estado. Lo más grave es que estos homicidios tienen una alta probabilidad de quedar impunes.
Me horrorizaba la sola idea de pensar en un escenario tan lúgubre, pero no podía desconocerlo. No quería elucubrar, pero todas era necesario contemplar todas las posibilidades.
Mientras cavilaba sobre el asunto, en otro sitio de la ciudad la familia de Gilberto Vargas, repentinamente quedó a merced del pánico y la preocupación. El Coco les había puesto cita a los hermanos en la casa de su progenitora.
Ellos muy cumplidos llegaron a la hora pactada y fieles a la tradición colombiana, procedieron a esperar porque el anfitrión de la reunión aún no hacía su arribo. Se encontraban en el lugar, Darío, Liliana y Sandra, aguardando a que Coco apareciera.
Con el transcurrir de los minutos se comenzaron a preguntar ¿qué le pudo haber pasado? Intentaron comunicarse con Coco, pero el teléfono se encontraba apagado, por lo que dedujeron que seguramente habría entrado en alguna reunión y los había dejado esperando.
De repente Marta, otra hermana de Gilberto los llamó para informarles, que en conversación previa con Estela, su cuñada, ella le informó que sobre las 6 de la tarde había recibido un mensaje de texto del propio Gilberto, donde le comunicó que sufrido un accidente y que lo recogió una ambulancia.
Las alarmas se prendieron de manera inmediata. Le marcaron nuevamente con insistencia al supuesto accidentado, pero no su celular continuaba apagado. En ese momento la preocupación alcanzó el punto culminante.
Como fue imposible la comunicación vía telefónica, los hermanos Vargas salieron presurosos, uso para el hospital y otros para la clínica, incluso fue al materno infantil en busca del Coco, pero sus esfuerzos fueron en vano porque no lo encontraron. ¿Y ahora qué? ¿No se pudo haber perdido? Fueron los interrogantes que saltaron al escenario, haciendo aún más dramática la situación.
Estela logró ubicar la ambulancia que había trasladado los heridos del accidente de la vereda La Unión. No le dieron razón específica de Gilberto, quien además se encontraba indocumentado. Solo atinaron a decirle que los accidentados se encontraban dentro del sanatorio y que ellos ya iban de salida para atender otro caso.
Sin documentos que permitieran establecer su identidad, Coco paso a ser un N.N. Bajo esta figura de no identificado su familia tenía que comenzar a buscarlo. Apelaron a los buenos oficios de una enfermera amiga de Sandra, quien se encontraba de turno en el HORO.
Fue necesario hacerle llegar por medio electrónico, una foto de Gilberto. De esta manera la profesional de la salud comenzaría a indagar por su paradero. Labor que emprendería una vez hubiese terminado su jornada de trabajo.
Celular en mano la enfermera recorrió todo el edificio. Visitó primero el pabellón de urgencias preguntando por el sujeto de la foto, pero nadie dio razón de él. Luego se dirigió al segundo piso, donde ingresan a los heridos más graves y que requieren de cirugía de manera inmediata. Allí tampoco lo encontró.
Comenzó a tomar visos de misterio el paradero de Coco. Nadie daba razón, solo se tenía como hecho real que fue víctima de un accidente en La Unión. En medio del desespero acudieron a la Policía, incluso Estela se desplazó hasta la vereda, en pos de información que le permitieran encontrar a su marido, pero tampoco fue posible obtener una respuesta satisfactoria.
De esta manera se fue pasando el tiempo. Ya se habían completado 2 horas de infructuosa búsqueda, hasta que de pronto una luz al final del túnel permitió develar toda la verdad, que siempre estuvo presente, pero que nadie se percató de su presencia, quizá porque la angustia y el desespero impidieron que se hiciera visible.
Entró nuevamente en escena Marta Vargas, la hermana quien había recibido inicialmente la trágica noticia de Estela. No pude saber si motiva por la curiosidad o sentido común, pero pidió revisar una vez más el mensaje que Coco remitió a su esposa.
Fue en ese instante donde se supo toda la verdad. El mensaje de Coco en ningún momento se refirió a que había sufrido percance alguno, lo que reportó fue un accidente de tránsito acaecido en la vereda La Unión y que los heridos los recogió una ambulancia para llevarlos al hospital.
Ante la inesperada equivocación no quedó más remedio que apelar a la risa, como bálsamo ante la presión suscitada por la falsa noticia. Eso sí recomendaron a Estela hacer un curso de interpretación de lectura, para evitar yerros futuros.
Este es un típico caso de error en la interpretación de un mensaje, lo que a la postre generó la confusión. El único punto que quedó sin resolver fue por qué el celular se quedó sin señal, si el Coco no salió del casco urbano de Yopal.
Claro que yo solo vine a enterar de la verdad, solo cuando llegué a la ‘cococueva’, después de haber atravesado media ciudad, con los nervios de punta y pensando en todo momento por la suerte que pudo haber corrido mi buen amigo Gilberto Vargas, quien me recibió con una carcajada, luego de enterarse de todo lo sucedió.