Este estribillo sería el apropiado para el coro de un reguetón o de un vallenato del grupo Kvrass, pero nunca como norma de conducta asociada al principio de solidaridad y de defensa de los intereses del patrimonio público.
Hace más de quince años tuve el atrevimiento de denunciar a un alcalde de mi pueblo, Macondo, porque se estaba robando los dineros del municipio. Fui entonces a hablar con el Contralor quien me atendió muy bien, pues estos funcionarios manejan con éxito las relaciones públicas y la inteligencia emocional de Goleman. Y con una cara de bobo bien administrada, me dijo: ¡preséntame una denuncia, bien jalada! A la semana siguiente volví con el documento, parecía una tesis de grado sobre delitos contra la administración pública. El funcionario la leyó pausadamente, y a medida que pasaba las hojas, decía: Huy!, huy! Huy!..
Esos monosílabos nunca los entendí. Lo único cierto es que dos meses después este funcionario estaba estrenando carro, el alcalde denunciado seguía robando, y yo asustado, perplejo y tartamudo, con una culebra amazónica, que me silbaba en los oídos, por sapo. Hoy, la única esperanza que tengo de quitarme de encima esa culebra, es que el Covid 19 se lo lleve. Excepcionalmente asisto al sepelio de un amigo, pues como dice Diomedes Díaz, en su Canto Celestial “aquí en el cementerio, compadre, me entra la tristeza”. Solamente lo hago cuando se trata de un enemigo, para asegurarme que fue bien enterrado.
Denunciar la corrupción es el mejor negocio para estos funcionarios. Es casi lo mismo como sucede con los medicamentos anti caspa. ¿Si el producto que se vende en la farmacia eliminara totalmente la caspa, de qué va a vivir el laboratorio farmacéutico que la produce? Dicho shampoo puede acabar con la caspa, hasta en un 90%, pues el 10% restante es para la semilla, para que vuelva a germinar y el negocio no se acabe.
Todo depende entonces de la clase de música que el niño perciba en los susurros de su madre. Ella lo puede enderezar o torcer, pues como dice Viktor Frankl el hombre se comporta como un cerdo o como un santo. Por naturaleza el hombre es malo, dice Maquiavelo. Y Hobbes también lo advierte. Los humanos son los únicos animales capaces de mentir dice Saramago en su novela titulada “Ensayo sobre la lucidez”.
Por: Francisco Cuello Duarte