
La pandemia del Covid-19 que a estas alturas de la vida ya ha afectado de manera fatal a un significativo porcentaje de familias en Colombia, nos impuso algo novedoso que uno podría denominar la muerte en abstracto.
Un ser querido que se enferma y está mal unos días en casa donde al principio podemos compartir con él su temor, optimismo, angustia o dolor, para después pasar a una reclusión hospitalaria de semanas. Donde se pierde todo contacto cuando el enfermo empieza su fase compleja.
Solo el personal de salud comparte sus últimas reacciones antes de fallecer, sin embargo, también existen los casos en que el Covid-19 actúa cuasi fulminante y en menos de una semana acaba con la vida de quien a duras penas es internado en un hospital para fallecer antes de 72 horas.
Ocurrido el deceso en el hospital y comunicado este a través de un mensaje de Whatsapp o una corta llamada viene el dolor que todos podemos sentir por la muerte de un ser cercano y querido.
Las evocaciones invaden nuestros pensamientos e impactan nuestros sentimientos emergidos de los recuerdos agradables con esa persona.
Viene el estado de tristeza y depresión que en una época normal desbocaría en un mar de llantos al ver el cadáver en las horas posteriores, pero esta vez no es así, no hay ataúd para ver, no hay cuerpo porque en la mayor parte de las regiones se está cremando a los difuntos por Covid-19, no hay velación, muchas veces la distancia obligada pareciera deshumanizante, no se siente ese apego final que nos hizo familia o amigos, pareciera que fuese un sueño de pesadilla.
Los entierros de Covid-19 no permiten las acostumbradas compañías familiares, se ve el vehículo pasar a lo lejos o al cementerio, lugar de las ultimas lágrimas y abrazos de despedida tradicionalmente, pero ahora no se puede entrar y entonces cae una sensación de frustración y resignación al saber que su familiar o amigo se fue sin manifestarle cuanto se le apreciaba.
Tal vez algunas cervezas o guaros disipen la sensación de impotencia ante la muerte. De vuelta a casa donde se convivía con el fallecido y como hacía días o semanas que no estaba y como no hemos visto, tocado o compartido los elementos clásicos de un duelo mortuorio, tenemos la sensación de incredulidad del suceso porque a pesar de que no está, tampoco lo vimos partir.
Esa nueva forma de irse de la vida nuestros familiares que nos embolata o ha pospuesto los duelos hasta que vuelva una normalidad segura, donde podamos abrazar o llorar, hablar con voz queda muy cerca, sentirnos acompañados de quienes lo conocieron en vida tal vez más adelante nos pase alguna factura con consecuencias insospechadas aun, ojalá no sean muy negativas.
De todas formas, creo que a psicólogos y otros especialistas que estudian la psiquis humana se les abren campos de investigación individual o social para ayudar en los próximos lustros a sanar emocionalmente a millones de afectados por una pandemia que nos puso de rodillas, propiciada por el rompimiento de los espacios ambientales que pertenecen al reino animal y que estamos pagando un alto precio al invadir reiterativamente su vida silvestre.
Por: Eulises Casadiegos Barrera
Junio 27-2021