En 1917, la humanidad conoció una de las peores epidemias de su historia: millones murieron por una inédita enfermedad, que sumía en un estado de inconsciencia, muy similar al sueño, a los pocos que lograban sobrevivirla.
Trágicamente, la llamada epidemia del sueño, coincidió con otra, la de la gripe española, que llegó apenas un año más tarde. Hacia 1928, cuando concluyó, había dejado millones de muertos y muy pocos sobrevivientes, sumidos en un estado de ensueño permanente.
Científicamente denominada encefalitis letárgica, la enfermedad contaba con síntomas característicos, como fiebre, dolores de cabeza y garganta; con menos frecuencia, un severo retraso en las respuestas físicas y mentales a cualquier estímulo, visión doble, fatiga y episodios de catatonia.
En estado agudo, los síntomas incluían temblores y hasta estados de psicosis. Cientos de personas quedaron postradas en una especia de sueño permanente. Los médicos, sencillamente desconocían el modo de volverlos a la normalidad. Fue necesario esperar hasta la década de 1960, para que el doctor Oliver Sacks probara la L-DOPA, que en algunos casos logró una mejoría transitoria.
Finalmente, durante la década de 1980, los británicos Russel Date y Andrew Church lograron descubrir que la enfermedad estaba originada por una bacteria estreptococo que había mutado. Actualmente, se trata con esteroides, Levadopa y una medicación para dormir llamada Zolpidem.
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