Al cerrar la puerta de la casa, justo antes de iniciar el recorrido diario que debe hacer para llegar al trabajo, Etelvina alcanzó a ver sobre el andén un papel de color azul, que minutos antes alguien había dejado en el umbral de su casa. Cuando se acercó para recogerlo pudo identificar que se trataba de la factura de energía.
Con más curiosidad que agrado se apresuró a leerlo, para enterarse del valor de la factura. Pronto su cara exteriorizo el asombro y desconcierto que le produjo enterarse del precio que debía pagar.
Extendió los ojos al límite, para luego musitar una frase que terminó de resumir descontento. “Virgen Santa, ¿por qué tan caro?”.
Reconoció a primera vista un incremento inusitado y en su concepto exagerado. El recibo pasó de 20 a 70 mil pesos. Ahora tenía que pagar 50 mil pesos más, lo que sin lugar a dudas provocaría un desajuste muy serio en sus finanzas.
Tenía suficientes razones para preocuparse. Una madre soltera con dos hijos a cargo y cuyos ingresos mensuales apenas ascienden a un salario mínimo, no podía darse el lujo de pagar una factura tan costosa.
Pensó además que el populoso sector de Llano Lindo donde vive desde hace varios años en una casa de alquiler, no hace parte de los estratos altos que son los que tienen tarifa plena más recargo adicional.
Claro que para el DANE Etelvina clasifica dentro de la clase media. Los 828.116 pesos que recibe de sueldo cada 30 días en la oficina de ingenieros donde labora en el área de servicios generales, superan ampliamente los 450 mil que es la base mínima de ingresos mensuales establecida por la entidad oficial, para ser incluida dentro de este grupo poblacional.
Según los cálculos de Juan Daniel Oviedo, director del DANE, los colombianos en los últimos años abrieron espacio en sus bolsas de mercado para la Internet, Netflix, tequila y wiski, entre otros 400 productos que conforman la nueva canasta familiar.
Etelvina conoce varios de ellos, pero por pura cultura general. Por ejemplo, el wiski lo tiene bien referenciado, porque es la bebida que consumen sus patrones cada que se reúnen para celebrar una fecha especial o la consecución de nuevo contrato.
Ella nunca ha probado esta fina bebida de origen escoses, en realidad poco le gusta consumir licor. La última vez que se embriago fue en el grado de bachiller de su hija. Para ese día destinó un presupuesto, tal y como lo hace cualquier entidad del Estado. Su fuente de financiación fue una pequeña alcancía de barro con figura marrano.
Allí de manera juiciosa depositó el excedente que apunta de sacrificio, lograba sacarle a los gastos mensuales. Ese rubro sirvió para pagar el vestido y los servicios del salón de belleza, que demandaba la graduada. También reservó una partida para el almuerzo de rigor en un restaurante no tan caro y para una canasta de cerveza, porque la ocasión ameritaba una pequeña celebración.
Hasta ahí alcanzó el presupuesto. No tenía la opción de un adicional, como lo hacen algunos contratistas cuando se les acaba la plata y no han terminado la obra. Tampoco podía pedir vigencias futuras a vivo ejemplo de algunos mandatarios, quienes argumentando falta de recursos endeudan sus gobernaciones y alcaldías. La única posibilidad que le quedó a Etelvina fue la de conformarse con lo que tenía y soñar con una próxima oportunidad, mucho más generosa.
De las cervezas la verdad solo alcanzó a tomarse dos, el resto fueron a parar al estómago del novio de la niña y sus tres amigotes, quienes de forma decidida se dieron a la tarea de desocupar botellas, hasta completar la canasta que se había comprado para la ocasión.
Literalmente se ‘goteriaron’ a la pobre vieja. Pero ella no dijo nada porque pudo más la felicidad de ver a su hija con el cartón de bachiller, que la sed desmedida de estos jóvenes, que fieles a las tradiciones estudiantiles permanecían con los bolsillos desocupados.
Ahora que la luz de sus ojos concluyó el ciclo de formación media, era necesario conseguirle trabajo para que asumiera el gasto de sus estudios superiores, en alguna universidad de la región. El sueldo de Etelvina no alcanzaba para financiar la siguiente etapa de educativa de su hija.
Ya habría tiempo de pensar en este tema, por el momento centró toda la atención en el recibo de la luz que guardó en el bolso de ecocuero, nombre sofisticado para identificar una mala imitación del cuero, hecha con una fibra generalmente importada de China.
Por fortuna ese viernes se había levanto antes de lo acostumbrado. Situación que le permitió disponer de algunos minutos, para ir a las oficinas de Enerca en busca de una respuesta que justificara el aumento en el precio de la factura de energía.
Una vez en las oficinas de la empresa de energía ubicada en las antiguas instalaciones de la Gobernación, tuvo que esperar turno. Luego cuando fue el momento una agraciada señorita con voz amable le atendió el reclamo.
Lugo procedió a revisar el recibo que Etelvina sacó del bolso que en sus mejores épocas fue negro, pero que ahora por el uso y el paso del tiempo presentaba un notorio deterioro.
“Señora aquí no hay ningún error. El precio del kilovatio no ha subido. Está por debajo de los 600 pesos. Ahora mire el consumo del mes que subió casi cuatro veces, con respecto a la factura anterior”, le dijo la joven mientras le señalaba el costado superior derecho del recibo, donde aparecía la cifra de la cual estaba hablando.
Con la ayuda de unas desgastadas gafas que le servían para mejorar su ambliopía, posó la mira sobre aquellos pequeños números que le estaban enseñando. En su mente no había espacio para kilovatios consumidos y demás terminología confusa, solo sabía que esas explicaciones conducían a una sola respuesta, pagar o pagar, no había más remedio.
Antes de salir del lugar escuchó las últimas recomendaciones que le hiciera la elegante niña que la atendió. “Revise bien porque puede que estén dejando una luz encendida mucho tiempo, ven demasiada televisión o están utilizando la plancha todos los días y eso consume mucha energía”.
Observaciones que sumarán a otros consejos prácticos que Enerca espera divulgar entre los usuarios, con el fin de concientizarlos sobre el buen uso de este servicio y evitar sorpresas cuando les llegue el recibo.
Con la preocupación dibujada en el rostro Etelvina salió de las instalaciones de la empresa de energía, rumbo a su trabajo. Ahora necesitaba pensar de dónde sacaría la plata para pagar el recibo.
Los ahorros ya eran cosa del pasado, sus hijos todavía les faltaban uno cuantos años para entrar en la edad productiva. De su exmarido, mejor no hablar, era un caso perdido. Desde hacía muchos años optó por el camino de la vagancia. La poca plata que recibía trabajando en oficios varios, la repartía entre su adicción por la cerveza y las compañeras de ocasión que encontraban a su paso.
Con presente tan lleno de dificultades respiró profundo y aceleró el paso, mientras confiada espera un futuro mejor, en el que pueda hacer una entrada triunfante a la “privilegiada” clase media y no que su inclusión se lo otorguen alegremente los estudiosos del DANE.