Me aburren las quejas y los discursos repetitivos de las realidades que ya no existen o que podríamos cambiar.
¿Por qué somos tan buenos para identificar problemas y tan malos para pensar y ejecutar las soluciones? ¿No nos aburrimos de quejarnos que las cosas no cambian cuando no hacemos algo para que cambien? Hay un refrán famoso que dice algo como ¿por qué esperar un resultado diferente si siempre intentamos lo mismo? Yo estoy de acuerdo.
Intentar lo mismo sólo demuestra una imaginación limitada y un deseo muy parco para ver cambios. En Colombia, la violencia y la desidia han sido la constante, entonces ¿por qué seguimos cayendo en la trampa? Tendría que escribir mucho para probar mis ideas, así que acá lo haré atrevido pero corto.
La violencia surge de la idea que unos valen más que otros, o que la vida es simplemente algo más que podemos quitar porque nos estorba. Una idea bastante incompatible con el pensamiento judeo-cristiano predominante que se opone vehementemente al aborto o a la eutanasia, pero que parece hacer creer a la mayoría que el que reza y peca empata.
Sino que lo cuenten todos los escapularios en los pechos de los tantísimos hombres armados o ladrones de cuello blanco que han vivido en este país. El otro paralelo es la desidia, el esperar que las cosas cambien solo porque nos quejamos en voz alta.
De esto lo que más me sorprende es que los desidiosos parecen vivir así muchos años, y lo siento no solo por ellos sino por sus parejas y familias que día a día se aguantan el mismo discurso. Desde mi posición de privilegio, y con el ánimo de generar controversia a ver si nos sacudimos del aletargamiento, me pregunto ¿será que lo que necesitamos son las mieles del amor a la vida y el placer de hacer y resolver? Si esto es cierto, entonces lo que nos falta es inspiración.
Y esta inspiración no viene de una reunión de 3 horas de quejas infinitas, que en mis 14 años en Casanare podría repetir de memoria. ¿De dónde podría venir? Eso no lo sé, pero seguramente deberíamos preguntarles a las nuevas generaciones, a quienes deberíamos invitar a esta discusión.
Beatriz H. Ramírez